jueves, 24 de diciembre de 2015

OTAN se rompe ante el derribo del avión ruso por Turquía, dice analista (24 Dic 2015)

Poder Atlantista de EE.UU. sigue crujiendo
(24 Diciembre 2015)

 La caida del imperialismo norteamericano se parece cada vez más a la del socialimperialismo soviético acaecida desde fines del ochenta a los primeros años del noventa. Ese derrumbamiento de la más grande potencia hegemónica agresiva, encabezada por una obnubilada camarilla ávida de poder mundial, comenzó con el desmoronamiento de su "alianza" guerrerista de fachada llamada "Pacto de Varsovia". Hoy a EE.UU. con la Otan le está sucediendo lo mismo que a la U.R.S.S. con ese "Pacto de Varsovia".

 Presentamos a continuación un artículo, escrito por José Javier Esparza y publicado en el portal gaceta, de análisis y enfoque claro y meridiano de la situación internacional en torno al derribo del avión ruso por Turquía el 24 de noviembre pasado, asi como de esclarecimiento de la situación histórica precedente.

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gaceta
Cómo se ha roto el 'lazo trasatlántico'
 Diciembre 2015
Eso que durante tanto tiempo se ha llamado “solidaridad atlántica” no es un hecho natural ni eterno. Es una creación política.

El injustificable derribo de un avión militar ruso por el ejército de Turquía, país miembro de la OTAN, va a tener consecuencias perdurables. Quizá tarde un mes, quizá dos, quizá un año, pero el incidente ha dejado al descubierto una fosa que llevaba mucho tiempo abriéndose y que el desastre de la crisis siria ha hecho probablemente irreversible. La constatación de que los intereses geopolíticos norteamericanos difieren de los europeos no es del todo nueva. Lo nuevo es que los europeos veamos ante nuestros mismos ojos cómo los intereses americanos no sólo son distintos, sino que van expresamente contra los nuestros. Eso es lo que hemos constatado en Ucrania, primero, y en Siria después.

Cuando el francés Hollande ha ido a ver a Obama para pedirle ayuda contra el Estado Islámico, el americano le ha dicho que no moverá un dedo hasta que Rusia cambie de política, lo cual quiere decir mucho más de lo que parece. Hollande ha terminado en Moscú con Putin, donde, al parecer, ha obtenido lo que necesitaba. Los americanos, seguramente, tienen razones para, como dicen los analistas de allá, “devolver” los desdenes sufridos cuando la segunda guerra del Golfo. Pero Hollande, como todos los demás europeos, tiene también razones para esperar de los Estados Unidos algo más de gratitud. ¿Por qué?. Primero, porque les hemos hecho el juego en Ucrania, donde la injerencia norteamericana ha convertido en golpe de Estado y guerra civil un conflicto que perfectamente podía haberse solucionado por vías incruentas, y todo con el objeto de separar a Rusia de Europa. Después, por las “primaveras árabes”, donde todos los gobiernos europeos -España también- secundaron una iniciativa norteamericana que, lejos de traer democracia al mundo musulmán, ha levantado incendios en toda la frontera sur europea y en nuestras propias ciudades. Y en tercer lugar, por el TTIP, ese tratado de librecambio entre Estados Unidos y la Unión Europea que en la práctica viene a poner el mercado europeo a disposición de los gigantes americanos y que la “eurocracia” de Bruselas sigue negociando a espaldas de los ciudadanos. Lo que Hollande, al parecer, ha descubierto ahora es que los americanos miran ante todo por sus propios intereses.

El derribo del avión ruso por Turquía ha sido extremadamente elocuente porque ha puesto las cartas boca arriba. La primera reacción, casi automática, tanto de Washington como de la OTAN fue defender a Turquía y su derecho a proteger su espacio aéreo. Ese derecho existe, sí, pero todo el mundo sabe que una cosa es interceptar un avión extranjero y otra muy distinta soltarle un misilazo. Como por azar, el incidente tuvo lugar justo antes de que Hollande, procedente de Washington, llegara a Moscú. Situación: un país de la OTAN, Turquía, derriba un avión de Rusia, que está haciendo la guerra al Estado Islámico, justo antes de que otro país de la OTAN, Francia, acuda a Rusia a pedir ayuda para combatir al Estado Islámico, y ello mientras la OTAN justifica el derribo. Es difícil entenderlo y aún es más difícil explicarlo. Salvo que partamos de este hecho: los países de la OTAN no defienden ya a los países de la OTAN, sino otras cosas. Por eso podemos dar por roto el “lazo trasatlántico”. Tardará más o menos en hacerse efectivo y, probablemente, antes se transformará en otra cosa, pero el viejo bloque se ha deshecho.

El amigo americano

Y bien,  ¿se acaba el mundo?. No. Esto no es un drama. Eso que durante tanto tiempo se ha llamado “solidaridad atlántica” no es un hecho natural ni eterno. Es una creación política que nace de las ruinas de la segunda guerra mundial y se afianza en la posterior guerra fría. Mucha gente aún cree la fábula de que los Estados Unidos entraron en el escenario europeo de la segunda guerra mundial para socorrernos generosamente y liberar a una Europa que se estaba suicidando. Y Europa se estaba suicidando, sí –desde 1914-, pero los americanos no sacrificaron hombres y recursos por generosidad, sino para quedarse con el pastel, como en todas las guerras de todos los tiempos, y se lo quedaron. A la altura de 1946, los Estados Unidos tenían la mitad del PIB mundial con sólo el 7% de la población del planeta. La guerra no había tocado su suelo y su número de bajas bélicas era comparativamente muy escaso: poco más de 200.000 muertos entre el frente europeo y el asiático, contra los casi nueve millones de bajas soviéticas, más de tres millones de alemanes y 1,7 millones de japoneses, y eso sin contar las víctimas civiles de estos tres países. La formidable acumulación de capital favorecida por la guerra estalló en forma de poder. Los europeos solemos olvidar que los Estados Unidos tienen dos mares. Su mayor esfuerzo bélico estuvo en el Pacífico y, literalmente, se lo apropió, en perjuicio del desmantelado imperio colonial inglés. Y en cuanto al Atlántico, Europa ya no existía.

El propósito inicial de Washington respecto a Europa era partir Francia en dos –eso lo cuenta De Gaulle en sus memorias- y reducir Alemania al estatuto de nación agraria. Si los Estados Unidos cambiaron de enfoque fue por el expansionismo de la Unión Soviética: Stalin hizo una interpretación absolutamente literal de los acuerdos de Teherán y aprovechó la victoria para promover gobiernos comunistas en Polonia (1944-46), Bulgaria (1944), Yugoslavia (1945), Rumanía, Hungría (1947), Checoslovaquia y la Alemania Oriental (1948). Ante la amenaza soviética, Washington reorientó su política, en Europa occidental abandonó la saña e inventó el Plan Marshall (concebido en 1947 e inaugurado al año siguiente), que venía a implantar un sistema de control mucho más inteligente: créditos blandísimos para estimular la economía europea empujándole a comprar productos norteamericanos, lo cual revertía en un enorme beneficio para la propia economía estadounidense. Como, además, el dólar americano era la divisa de referencia del comercio internacional desde los acuerdos de Bretton-Woods de 1944 –otra imposición americana-, el negocio para los Estados Unidos fue completo. Las primeras ayudas del Plan Marshall fueron, significativamente, para Turquía y Grecia: había que frenar la expansión del comunismo por el sur. Los países más beneficiados fueron el Reino Unido y Francia. Alemania e Italia recibieron la mitad que los ingleses (España, como es sabido, quedó fuera). El paisaje se completó en 1949 con la creación de la OTAN (la Organización del Tratado del Atlántico Norte), una organización militar concebida expresamente como muro europeo contra el comunismo. Turquía entró muy pronto: en 1952. Antes que Alemania.

La OTAN funcionó, y con éxito: la pesadilla del Gulag se paró en la línea de los ríos Oder y Neisse y la Europa occidental, comprando masivamente productos americanos, se convirtió en un emporio de prosperidad al mismo tiempo que los Estados Unidos se transformaban en potencia hegemónica y la Unión Soviética caminaba poco a poco hacia el colapso. Durante mucho tiempo, los intereses objetivos de europeos y norteamericanos coincidieron y el “lazo trasatlántico” fue firme y estable. La Unión Soviética se hundió y el bloque occidental aprovechó el suceso para extender su influencia hacia el este, desde los países bálticos hasta Ucrania y la desgarrada Yugoslavia. El bloque atlántico ganó la guerra fría.

Todas estas cosas son bien sabidas, pero conviene recordarlas y ponerlas en perspectiva para entender el sentido del momento que estamos viviendo. Porque la victoria del bloque atlántico, seguramente, llevaba ya en sí el germen de la disolución, como en esas empresas que cierran por “desaparición de su objeto social”. Ahí es donde estamos hoy. ¿Qué une todavía a los miembros del club atlántico? Nuestros políticos llevan años intentando aportar una respuesta. Y cuando creen que la han encontrado… llega Turquía y tira un avión ruso para bajarles los humos a los franceses ante la indulgencia americana. Roto y bien roto, sí, el lazo trasatlántico.

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 Obrero en Línea.

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